10 de Enero de 2015
¡Por fin sábado! Un día de
descanso más que esperado, aunque en esta ocasión debía levantarme temprano y
asistir a una cita con el ginecólogo - vaya plan para un sábado -. Aún recuerdo
el dolor y odio que me provocó el mentado pato cuando me practicaron el último Papanicolaou.
La cita la solicité con casi con
un mes de anticipación, y por temas de disponibilidad no se había podido llevar
a cabo – el médico debía ser muy bueno para tener toda la agenda llena, así que
valdría la pena la espera-.
Y bueno, lo que se suponía fuese
una revisión de rutina, resultó ser el inicio de mi calvario. Ahí estaba yo,
una mujer de menuda complexión, con 27 años edad y más asustada que un niño al
que van a inyectar… tenía que explicar las razones que me llevaron a solicitar la
cita, decirles de esa “bolita” que sentía en mi pecho, de las sensaciones y
dolor que me provocaba en los últimos meses.
Acto seguido, una revisión exhaustiva, un
ultrasonido y las palabras que aún
retumban en mi mente - “Esto no se ve bien, no quiero asustarte pero el tumor
mide más de 4cm y por las características pudiese ser maligno. ¿Entiendes lo
que te digo? Puede ser cáncer de mama, es muy importante practicarte más
estudios para darte un diagnóstico certero, y esto debe ser a la brevedad”-. Mientras
el Dr., pronunciaba todo ello, recuerdo que el sonido se hacía más lejano,
escuchándose cual si fuese un eco. De mis ojos comenzaron a brotar lágrimas, mi
cuerpo se paralizó y por mi mente
pasaron miles de imágenes perturbadoras:
muerte, mastectomía, pérdida de cabello, etc. Cuando reaccioné, tenía ante mí
una serie de recetas médicas que indicaban todos los estudios a realizarme el
lunes inmediato.
Después de recibir las
indicaciones pertinentes, de limpiarme las lágrimas y respirar hondo para
tratar de calmarme, salí del consultorio. Quería salir corriendo, quería
alejarme de todo y de todos, quería despertar de ese mal sueño.
Mi novio estaba conmigo, por unos
minutos no fui capaz de pronunciar palabra. Mis ojos llorosos le miraban queriéndole
decir cómo me sentía, lo que había pasado. Pero sabía que no podía hablarle ahí,
en plena sala de espera. No quería que las demás pacientes me viesen
derrumbarme o transmitirles mi miedo.
Finalmente salimos, nos dirigimos
al área de Laboratorio Clínico y en eso una señora se nos postró enfrente, me
miró con compasión y dijo – “Perdón que me meta, pero te vi salir del
consultorio del Dr., y creo saber por qué estás así. ¡Tranquila, todo estará
bien! Hace unos años yo estuve en tu situación y mírame, aquí estoy” -. No pude
aguantar más, las lágrimas brotaban desde el fondo de mi ser. Nos abrazamos y
le agradecí, ella sonrió dulcemente y se fue. Mi novio, al que no había podido
decir nada infirió todo y me abrazó también, agradecí infinitamente su abrazo,
su calor, sus palabras. Agendamos las citas necesarias y nos retiramos.
Volví a sumergirme en mis
pensamientos: ¿Cómo hablar o explicar algo que aún no procesas?, ¿cómo le dices
a los seres que amas que podrías tener cáncer? La respuesta no la sé, pero
sentía que tenía que hacerlo y ser lo más sutil que pudiera. Una llamada
interrumpió mis pensamientos, era mi hermana, quería saber qué tal me había
ido. Sólo atiné a respirar y decirle que estaba camino a casa, que iría a verla
y ahí le contaría.
Tomamos un taxi, durante el
trayecto traté de no pensar y cada que un pensamiento doloroso llegaba a la
mente oprimía las manos con fuerza. Llegué con mi hermana, le comenté que
hablaría por teléfono a mis padres para decirles a todos de una vez; la verdad
era que no quería repetir las cosas, no quería hablar de ello, no podía…
Mientras marcaba, ganaba tiempo, buscaba
y repasaba en mi cabeza frases para decirles, atiné a reaccionar después de
escuchar el clásico – Bueno- era mi hermano. –Hola ¿están mis papás?, me los
comunicas –. Al escuchar sus voces me
tranquilice, les comenté a groso modo de las sospechas del médico y los
estudios que habían de hacerme, como se suele decir en el ambiente laboral: “no
entré en detalles, sino hable de la situación en un alto nivel”. Traté de
suavizar el golpe, de ser clara y de que las lágrimas y mis lloriqueos no me
sobrepasaran.
A partir de ese momento debía ser
fuerte, más fuerte que nunca. Sabía que quería estar bien y haría todo lo que
estuviese en mis manos para lograrlo.
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